Guerra contra la melancolía (mierda de crisis de los 40)


Traicionera y limitante. Estoy en guerra contra la melancolía. Puede ser amable y beneficiosa en ocasiones. Yo he sido muy fan de la melancolía; de esa que te hace disfrutar en el sofá, acurrucada bajo la manta, viendo una película un domingo por la tarde, una de esas de pandillas de amigos preadolescentes, de las que te llevan a rememorar tus propios inicios y tropiezos con esta cosa loca que llamamos vida. He gozado con las reposiciones navideñas de los
Goonies y Dentro del Laberinto, me he partido de la risa viendo las fotos de adolescente y he llorado con la sonrisa en los labios al releer las viejas cartas de mi cofre azul. Pero como me dijo un día un amigo, la melancolía es dolorosa cuando ha pasado demasiado tiempo de aquellos recuerdos, cuanto más tiempo pasa, más duele. La consciencia del tiempo perdido, de las primeras veces que ya no volverán, te aguijonea en el corazón como las punzadas en los ovarios antes de que te baje la regla.


Pero un día, en algún punto indeterminado rondando o pasando los cuarenta, descubres una maravillosa tragedia más del vivir: TÚ ENVEJECES, PERO TU CORAZÓN NO. Me lo dijo mi prima un día este verano, en la barra del bar y con varias cervezas, obvio. Está claro que me rodeo de gente increíble que me dice verdades como puños, pero que van a tener que costearme la terapia con el psicólogo.
Y entonces, ocurre lo peor, sientes que el tiempo de descuento está a punto de iniciarse y tú no quieres que acabe el partido porque ha habido un montón de cosas que no has hecho, ¡tú quieres marcar más goles! Te importa una mierda el incipiente desgaste del cartílago de tus rótulas, te apuntas al gym y a todas las salidas que encarten: de amigos, de madres del cole, de chicas de HIIT (High Intensity Interval Training), vas a cumpleaños de gente que dos meses atrás no conocías, te bebes todas las existencias de cebada fermentada y vuelves a cerrar bares como en los mejores tiempos. Te vuelve a apetecer fumar, lo que sea, te planteas tatuarte por primera vez en tu prudente vida, hacer autostop, subirte a la barra, tirarte a la Fontana de Trevi, besar a desconocidos...

Porque sí, porque aún puedes, porque el partido no ha terminado, joder, porque los últimos estertores de juventud pueden dar mucho de sí, porque sigues siendo la puta hostia...y luego una tarde de domingo, que estás de resaca, claro(es lo que tiene la segunda juventud, muchas resacas ) ponen en la tele los Goonies y te hinchas a llorar otra vez. Y se acercan tus hijos a ver qué estás viendo y a darte un abrazo de esos que solo dan los hijos, de los que te ensanchan el alma y piensas lo de puta madre que has jugado el partido durante el tiempo que ha durado y que ahora les toca a ellos jugar el suyo. Te vuelves a reconciliar con tu edad y con tu tiempo, piensas en ese instante, y durante el resto de la semana, que la crisis de mediana edad se puede ir por donde ha vendido, y luego, cinco días más tarde, vuelve a llegar el viernes...y tu corazón incansable te susurra: Huston, tenemos un problema.

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